viernes, 18 de noviembre de 2011

Dos miradas a la infancia


Por Krishna Avendaño

En la narrativa existen muchos ejemplos de novelas o relatos que se centran en la infancia. Sin ir demasiado lejos, podemos encontrar Un mundo para Juluis de Bryce Echenique, novela que a la vez contiene cierta visión crítica hacia las clases altas de la sociedad limeña. Sin embargo, este pequeño texto se centrará en dos novelas de autores de la misma generación que, estando en distintos países y cuyas temáticas en general son completamente diferentes, se arriesgaron a construir un par de narraciones que buscan el pasado para reencontrar esa infancia que ya les ha quedado lejana. De Xavier Velasco se puede decir que su obra más importante es Diablo Guardián, misma que ganó el Premio Alfaguara en el 2003, y que en general su narrativa es irreverente a la vez que un testimonio de lo urbano. De tal manera sorprendió que el autor de El materialismo histérico escribiera una novela como Éste que ves, donde él mira en su pasado una infancia compleja. Jaime Bayly, a pesar de tener la misma edad que Velasco, tiene un repertorio mucho más amplio de novelas, entre las que, sin duda alguna, destacan No se lo digas a nadieLa noche es virgen, Y de repente, un ángel y El canalla sentimental, la mayoría de ellas giran en torno a la temática bisexual y al mundo de las drogas. Sorprende, cómo no, con su novela más inocente: Yo amo a mi mami, que es el testimonio de un niño rico de Lima.

Jaime Bayly
Si bien Velasco y Bayly son autores fundamentalmente distintos, ambos han buscado la memoria de esos días que, como dijera el mexicano, son "esa sucursal del purgatorio que los olvidadizos llamantierna infancia". Pero en ambos esa búsqueda es diferente, incluso en la manera de ejecutar la novela. Los niños, con sus temores y dudas, tienen metas diferentes. El de Velasco lo conocemos desde que apenas va a entrar en la primaria y veremos su evolución hasta la preadolescencia; el Bayly se queda en los diez u once años, aunque es acaso un testigo de momentos más convulsionados. Lo que resulta interesante en una primera aproximación es la profunda cultura latina del miedo y la religión católica. Al niño Velasco lo preparan para la primera comunión entre amenazas y pecados, la mentira más piadosa podría mandarlo al infierno y eso es algo que lo atormenta, que lo hace estremecer cuando tiene que confesarse. El caso de Jimmy es aún más extremo, pues su madre es la más católica y fanática de las limeñas, lo que a su vez, entre ternura y el terror perverso de los santos, atemoriza al niño cuando éste comienza a fijarse en las niñas, de ahí que Jimmy sea candidato a tener un boleto para el infierno.

Xavier Velasco
Velasco dice que en Éste que ves se recogen esas experiencias que de niños serían imposible contar: a veces los pequeños mueren de amor, pero los adultos no lo creen, lo ven como algo muy lindo, tierno e incluso estúpido. El niño es un personaje alienado de su entorno, aunque algunos son capaces de adaptarse mejor que otros. El pequeño Xavier - que así llamaremos porque nunca se dice su nombre - es el hijo único de clase alta de la Ciudad de México, solitario y temeroso, que canta a escondidas las canciones de Raphael porque le han dicho que eso de cantar es sólo de mujeres. Jimmy es un niño tímido también, pero con más cercanía a los demás, pues a lo largo de la novela se detallan los viajes que hace a casa de sus amigos. Ambos están enamorados, Xavier de P y Jimmy de Annie. Aquí es donde se separan las dos psicologías que también determinan la manera de escribir de ambos autores. En el caso de Velasco vemos un amor platónico que incluso recuerda a Felipe de Mafalda, enamorado a perpetuidad de una vecina a la cual jamás le habla, a pesar de formar miles de planes en su mente para abordarla, o bien con la Pequeña Pelirroja de Charlie Brown. Con Bayly vemos un acercamiento a la temprana sexualidad, llena de inocencia pero con destellos eróticos sutiles que lo condenan al infierno, y es que aquí el niño es quien busca a su enamorada, desea verle los calzones cuando ella da de vueltas y trae falda, se siente culpable cuando se percata de que hay un bulto en su entrepierna, ese lugar malvado que sólo sirve para orinar, según la madre.

Las aspiraciones también cambian. Velasco las va descubriendo a lo largo de las páginas, mientras que Bayly las fija desde el primer instante. Xavier, solitario y con pocos amigos, algo problemático en la escuela, negado para las matemáticas, se esconde en su cuarto para cantar en voz baja esas canciones y para escribir historias, cambiarle el final a los cuentos que le han leído y mejorar las películas que en su opinión pudieron estar mejor realizadas. Escribir es el modo en que el niño se salva de un mundo que lo ha excluido por ser diferente a los demás, por ser a la vez que el más alto de la clase el más timorato. Jimmy, en cambio, sólo quiere pasar largas horas acariciando el cabello de su hermana, que aparece como un primer fetiche, e ir a Disney como todos sus amigos lo han hecho, le parece absurdo que siendo tan rico, hijo de un banquero, jamás haya salido del Perú. Jimmy no tiene que recluirse en las letras, ése es un descubrimiento que ni siquiera es mencionado en el lbro.

En cuanto a la forma de plasmar la visión infantil, Bayly sale mejor librado de la tarea tan difícil que es reproducir el mundo inocente. El peruano tiene una prosa muy versátil que se transforma novela a novela, que es capaz de recoger la ternura y la ironía en un mismo párrafo. Como ejemplo de ello está El canalla sentimental, la más madura de sus novelas, elegantemente escrita a pesar de lo sencilla que se nos presenta. La noche es virgen, algo más joven, es un verdadero acto de maestría, pues recoge con una tremenda naturalidad el habla coloquial de Lima, toma el sentimiento de los que se drogan, narra sin pudor los encuentros sexuales, y aún así logra una insospechada ternura que sorprende y encanta. En ese sentido, Yo amo a mi mami es destacable en la medida en que deshaciéndose de las temáticas polémicas y el lenguaje franco, reproduce de manera genial el pensamiento del niño, valiéndose de recursos gramaticales destacables, creando así una voz que cuando menos está muy bien lograda. La cursilería de la madre se complementa con los destellos irónicos que el autor maneja, porque Jimmy no es sólo testigo de sus aventuras, sino de un país convulsionado y gobernado por militares. Bayly registra la vida política del Perú desde un punto de vista algo incrédulo pero a la vez convencido. Jimmy no cree en el comunismo, quizá porque no lo entiende o porque es un camino al infierno, pero sabe que el gobierno militar ha oprimido al país. El testimonio se da de manera brillante sobre todo en el capítulo El niño más rico de todos, donde los militares ordenan que todos los estudiantes del país deben llevar el mismo uniforme escolar; el final, que recoge la angustia de personajes nodales en la narración, es simplemente estremecedor a la vez que inocente.

Por su parte, Velasco es más intimista y despreocupado por el mundo que lo rodea - como tienden a ser los niños, a decir verdad -, a la vez que su prosa a veces se confunde con la de un adulto. De hecho, las dos novelas están narradas por Xavier y Jaime en la etapa adulta, pero con un énfasis muy importante en la infancia. El problema de Velasco es que no llega a reproducir el habla del niño, pues tiende, como en toda su narrativa previa, a pesar de la ironía y la frescura que lo caracterizan, a las florituras, a ser demasiado barroco y poco creíble. De la misma forma, Velasco no es tan abarcador - lo cual en sí mismo no es ninguna virtud ni defecto -, sino que se centra en la vida familiar, en las historias escolares, el descubrimiento de las pasiones, los miedos, los deseos e incluso de las pequeñas tragedias. De cualquier forma, el de Velasco es un libro más sintético y directo por momentos, mientras que el de Bayly tiende a perderse en algunos capítulos bastante prescindibles que la nostalgia le obligó a escribir.

Hay varias personas que consdieran curioso el que estos escritores hayan sacado un libro de recuerdos de la infancia a su cortad edad (45 años para el mexicano y 44 para el peruano), pero lo cierto es que la niñez queda ya muy lejos a los veinte. Lo verdaderamente importante es la manera en que se nos presentan dos de los tantos prototipos del niño: el introspectivo que quiere salvarse del mundo de los adultos - al que quiere y no quiere llegar - por medio de las realidades que él mismo crea, y el tímido que parece más superfluo pero a la vez más conciente de su realidad. Sin embargo, los autores se unen en el momento de las emociones, pues no presentan en ningún momento la infancia como un período de eterna felicidad. Aquí no hay personajes sufridos con historias dramáticas, hay niños que viven en mundos aparentemente inofensivos - quizá más inhóspito el de Bayly - y que de pronto, tarde o temprano, chocan abruptamente con la realidad, en tránsitos amargos en ambos casos, sin que los adultos que los rodean siquiera lo sospechen.

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